Gafas negras oscuras. Te empeñas en llevarlas siempre puestas. En cualquier momento del día, a cualquier hora y en cualquier estación del año. Haga sol o llueva.

La combinas con cualquier prenda y en cualquier situación. En momentos de soledad, en el salón de casa, mientras cocinas, durante el trabajo, al pasear o en los encuentros sociales.

Tus amigos suelen decirte que deberías quitártelas, que no te sientan demasiado bien. Te hacen ver sólo partes de las situaciones que tienes, atendiendo únicamente a lo negativo, dramatizando en exceso y excluyendo el resto de vivencias agradables. Te vuelven desmejorado, triste, gruñón y muy quejica, desbordado por cualquier situación.Pero tú te empeñas en llevarlas puestas, a pesar de no favorecerte.

Un día vas caminando por la calle, con prisa, esquivando a la gente, mientras te abordan todos esos pensamientos recurrentes sobre lo desgraciado que eres, la mala suerte que tienes y cómo la infelicidad no tiene otro entretenimiento mejor que estar siempre acompañándote. De repente, entre toda la muchedumbre, algo choca contra tí y hace caer tus grandes negras gafas al suelo. Miles de cristales se esparcen por todas partes,volviéndose cada vez más pequeños con las pisadas de la gente. Te sientes aturdido, confuso, temeroso. No sabes qué te ocurre, pero piensas diferente. Empiezas a tener otra percepción de tí mismo e incluso piensas que los demás o que el mundo es distinto. También notas como el malestar que creías atrapado en ti,permanente, se va desvaneciendo. La luz brilla. Ves tu reflejo en un escaparate y te ves guapo. Y es que las gafas oscuras no siempre son elegantes.

“Cómo vas a ser feliz jamás si no dejas de compadecerte” (Lindsay Duncan)

Bajo el sol de la Toscana (2003)

Comentar